En ese entonces tenía 17 años, recién votaba en el 2014.
Y ahora es todo diferente.
Mis ansias por meter una lista y mostrar mi horrible y estirada credencial, fue disminuyendo al punto de descreer y no sentirme identificada con nadie. No creo que hayan cambios, descreo la existencia de gente comprometida que no se corrompa, que valga la pena militar por algo mejor para todos. (Estoy escribiendo algo muy infantil, pero es verdad. Más de una vez lo he conversado con una amiga, y de manera esencial le pasa lo mismo, más allá de las diferencias que tengamos con el tema)
Quizá mi sentimiento de lucha -tan pobre y breve- fue sólo eso. Y quizá me tenga que convencer que es así, que toda mi vida voy a votar al menos peor, que todo se va a ir a la mierda y voy a seguir votando al menos peor. No sé, será que el comienzo de nuevas propagandas políticas me pone sensible, quizás repudie todo el bombardeo nefasto de hombres y mujeres de sonrisas que esconden las verdaderas intenciones, no sé, siento pena por mi, y por un montón de gente fanáticamente convencida que se enceguece y no sabe discernir entre lo que es para vender, y lo que no. Si es que todo no es para vender.
Es bastante choto, pero realmente me jode.